viernes, 27 de noviembre de 2009

Playá no.



Playá no, por favor.
Llegamos con 35ºC, un sol que parece que te va a taladrar la cabeza y ruidos. Muchos ruidos. Autos, música a todo volumen, pendejos que gritan, viejas que también gritan, el heladero, el de los churros, el de qué sé yo qué.
Bajo a la playa con falsa simpatía, tratando de soportar todo aquello, y mil millones de granitos de arena invaden mis ojotas y por lo tanto, queman mis pies. Me apuro, entonces, para llegar más rápidamente a la orilla, y más arena en tus pies tengo.
Ah, sí. Clavar la sombrilla es todo un tema. Que acá no porque la arena está seca, allá se vuela, acá nos da el Sol.
Clavan finalmente la bendita sombrilla.
Abrimos las reposeras, me pongo el protector solar porque parece que el Sol me está agujereando la piel y me siento a leer una revista. Una revista de esas que tratan temas de actualidad, como si nunca me informara. Pero bueno, no puedo leer algo que requiera demasiada atención debido a los acontecimientos imprevistos que pueden surgir: un nene está jugando con arenita toda mojadita y cae juusto en la revistita, alguien la mancha con el dulce de leche del churro, otro le tira la bebida encima. En fin. Leer algo interesante en la playa, a veces se complica un poco. Al menos para mí. El grito de los vendedores me distrae e interrumpe de una forma inexplicable. Por eso, para leer cosas como la gente, me tengo que alejar de todo aquello.
Después de un rato a alguien se le ocurre jugar al volley. Buscamos la pelota y nos ponemos a hacer pases. Unos minutos después, alguien dice algo así como:
-Bueno, juguemos un partidito.
Sí, sí. Bárbaro. Dos contra dos. Mamá, nena. Papá, nene.
Termina el partido luego de haber ido a buscar la pelota al mar unas 34 veces, pedido a alguien que por favor nos la diera, interrumpido momentos amorosos con nuestras disculpas y otras cuestiones.
Dejamos el partido de volley para otro momento.
Y llega el del tejo. ¡Mentes de tejo!
Querer jugar al tejo en una cancha de 2x2 en el medio de la playa, donde hay unas diez personas por metro cuadrado, es prácticamente imposible.
Y no sólo eso, sino que están los que te critican porque no sabés marcar una cancha regular en sus dimensiones. Aunque eso no me importa.
Termina el intento de partido de tejo y decido tirarme en la arena a que el Sol me consuma. El sol y el insoportable viento. Ese viento que te llena de arena el sandwich, el mismo que te entra en los ojos y no te deja ver, y que también es el mismo que a veces tira la sombrilla y la manda al carajo. Aunque después vuelve en manos de su dueño, para evitar muertes y cosas así.
Entre el calor y el viento no sabés dónde meterte y decís:
-Voy a ver cómo está el agua.
Caminás algunos metros, llegás al mar. Te metés. El agua está fría. Te quejás.
Si el agua hubiera estado caliente, también te hubieras quejado.
Salís, te da frío. Entrás y también tenés frío.
Te quedás un rato más, esperando a que el calor del cuerpo se estabilice con el agua. ¡Qué lindo el mar, eh! No te diste cuenta y pisaste algo punzante. O aún peor, una "aguaviva" te picó y tenés que salir corriendo del dolor que genera el ácido. Olvidaste el vinagre, ¡qué pena!
LLega la noche y pensás algo así como:"Bieen, al fin nos vamos a la casa". Sí, señor. Correcto. Van a la casa a bañarse y quitarse todo lo relacionado con la playa y salen a dar una "vueltita". Sí, vueltita. El lugar es tan chico que ni siquiera dan una vuelta. Una vueltita, entonces, consiste en caminar por la misma peatonal repleta de gente, de la misma que estaba al lado tuyo en la playa y ver diez veces los mismos pocos locales de ropa o lo que fuese.
Vuelven a la casa nuevamente. Esta vez a cenar y a dormir.
Cenan. Miran la televisión podrida y se van a dormir.
Los seis días restantes son prácticamente iguales a este. Algunos con lluvia.
¿Querían vacaciones? Ja.

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